El 19 de gener de 1929 el diari Heraldo de Castellón publicava un article a primera plana titulat Villavieja a San Sebastián. Ligeros detalles de su fiesta y feria. Estava firmat per un tal Sevimar, Sebastián Vicent Martínez, un mestre radicat a Borriana d’ascendència vilavellana. Don Sebastián, va nàixer a La Vilavella el 17 de març de 1874. Va estudiar al seminari de Tortosa. Passà després a cursar magisteri. Aconseguit el títol es va traslladar a Borriana, on va obrir la seua primera aula l’1 de juliol de 1903.
Hi va gaudir en aquesta ciutat de gran estima, per la seua absoluta dedicació a l’ensenyament, ensems que simpatia i bonhomia. Després de 52 anys de magisteri es va retirar en maig de 1955, quan comptava amb 81 anys. Va morir a Borriana el 26 d’octubre de 1961, als 87 anys.
L’article que, tot seguit, transcrivim íntegre, constitueix una descripció molt precisa, pulcrament redactada, amb detalls que denoten que ens trobem al davant d’una persona instruïda. Un preuat testimoni etnogràfic. Però, tanmateix, caldria destacar-ne l’amor que Don Sebastián sentia envers La Vilavella. Malgrat desenvolupar la seua activitat docent a Borriana mai va perdre el contacte amb el seu poble nadiu. Pujava a l’ermita el dia del patró,cantava a l’església durant els oficis de Setmana Santa, ací passava les seues vacances d’estiu. Per força aquest gran afecte que sentia per La Vilavella s’havia de patentitzar en cada paràgraf de la seua crònica.
Article i comentaris per Joan Antoni Vicent Cavaller.

TRANSCRIPCIÓ
Villavieja a San Sebastián.
Ligeros detalles de su fiesta y feria.
Este lindo y progresivo pueblo, de calles rectas, alegres y bien urbanizadas y siempre tan limpias como el cristal de sus purísimas aguas, dispónese a celebrar con la solemnidad de todos los años, su fiesta y feria a su Patronato [sic] San Sebastián, el capitán [de] Domiciano y víctima inmolada a su feroz persecución y que Villavieja tiene colocado allá en lo alto de la montaña para que, como buen soldado y experto centinela, vele constantemente por su salud y bienestar.
Ya el ermitorio y los muros del camino que a él conducen nos muestran la nívea blancura de su reciente encalado. Ya las mujeres se entretienen con el revoque y pincelado de sus casas y todo en fin parece indicar que el pueblo se está preparando para honrar dignamente a su querido Patrono.
El primer número del programa lo constituye el popular pasacalle de grupas que, si antaño resultaba concurrido, y con algún lucimiento, en la actualidad ha perdido todo su interés, porque los tiempos son otros, y el elemento joven que debiera darle vida, retráese en absoluto, y sintiéndose Sancho, prefiere el abrigado y blando retiro que le brinda el casino a ir luciendo su garbo en fría y húmeda noche, aunque para grupa le ofrezcan la más apuesta y gentil Dulcinea.
Tres señores del concejo caballeros en briosos corceles llevan la representación del Ayuntamiento tremolando el pendón con la efigie de San Sebastián.
Es el día del titular; antes de que el sol empiece a teñir de oro los altos edificios de esta riente villa, ya todo es actividad y movimiento en el recinto a donde va a instalarse la feria. Aquí presenciamos como descargan los pesados cajones que encierran el rico turrón. Allá un industrial sacando de sus arcas los vistosos juguetes y demás baratijas que ha de ofrecer a la venta. Más allá las típicas mesitas de blanco mantel, pastas y humeante cafetera brindando a los madrugadores sendos platos de buñuelos, pasas y aguardientes de dudosa fábrica; y por todas partes grupos de feriantes montando afanosos, las antiguas paradas de toldo y vela que al menor soplo de Eolo hemos de ver convertidas en pintorescos aeroplanos.
Avanza la mañana. Alrededor de las nueve sale de la parroquia la comitiva religiosa para subir a la ermita la venerada reliquia del Mártir y celebrar en su propio santuario el sacrificio de la misa. Esta procesión, que presiden las autoridades, ciérrala nuestra flamante música con su invariable terno blanco y negro, algo parecido a los rusos que en forma de holador ingerimos en la estación estival en nuestro cuerpo.
En contados minutos sálvese en zig-zag la cuesta que conduce a la capilla, y el ligero cansancio que la subida nos produce se compensa largamente con el bienestar que experimentan nuestros pulmones al recibir a torrentes el oxigenado aire que tan hermoso paraje nos depara.
El panorama que desde este balcón de la Plana se presenta a nuestra vista, no puede ser más sugestivo. Enfrente, la dilatada llanura de nuestra riquísima vega orlada por la faja azul del mar latino y protegida por el anillo de montañas en su parte opuesta. Más a la derecha y como polícroma alfombra desplegada a nuestros pies, el pueblo de Villavieja radiante de luz y que el día de la fiesta nos parece más grande, más hermoso y hasta que ríe… y es que por las cubiertas chimeneas de todas sus casas salen hálitos de vida a borbotones, señal inequívoca de que en todos los hogares se va a comer caliente.
Terminada la solemne misa de la cual se destaca el sermón, confiado siempre a una lumbrera de la oratoria (el año anterior al P. Urbano) organízase de nuevo la procesión para bajar la santa reliquia a la parroquia; y respirando aquella atmósfera embalsada de pólvora y tomillo, nos despedimos de tan ameno lugar entre las denotaciones de la traca, los alegres acordes de la música y el ruido ensordecedor de nuestras chillonas campanas.
Es la hora de yantar. Las calles y particularmente la plaza van adquiriendo la consiguiente animación con la incesante entrada de forasteros entre los cuales se destacan los simpáticos y filarmónicos valleros cuyas mujeres, con su parla acentuada y sirviéndose de su léxico desenfadado, son las que dan la nota de color derramando alegría y festiva cháchara por doquier. Pronto la feria se ve invadida por enorme gentío que moviéndose en oleadas pugna por abrirse paso y hacer sus provisiones en los puestos de golosinas, y en esta parada adquiere el mazapán y los ricos turrones; en esotra el gustoso torrat y las arrugadas castañas, y en la de más allá el caballito de cartón y muñeca que, junto con otros juguetes, han de ser alegría y alborozo de los peques. Y hecha ya la compra de tan dulces como regocijantes chucherías, aún les queda tiempo a los más para visitar el santo en su ermitorio, y llegarse después a la fuente para beber sus incomparables aguas en su tibio y abundoso manantial.
El redoble del tamboril acompañado del agudo son de la dulzaina, hace volver nuestra mirada hacia el pórtico de la iglesia. Es la procesión que sale para pasear en triunfo por las calles la imagen preciosa del Mártir Santificado.
Declina la tarde. El sol va dando fin a su carrera y el elemento forastero va desfilando poco a poco hácia la salida del pueblo, punto a tales horas convertido en abierto e improvisado garaje, en donde cada cual encuentra el medio más o menos cómodo para regresar a sus lares.
Por la franca alegría que se refleja en el semblante de los que se marchan, deducimos de su breve estancia entre nosotros les ha sido grata y el cronista se congratula de ello como asimismo del cariñoso trato que este buen pueblo les ha dispensado.
Villavieja que tantos recuerdos evoca de mi infancia; tacita de plata que te asientas pintoresca al pie de renombrada Sierra y cuyas casitas eternamente blancas semejan en lontananza bandada de sencillas palomas que ahí posaron atraídas por el mágico murmullo de tu riquísima Fuente Calda. Yo te saludo.
Sevimar
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